Un equipo de científicos ha encontrado en el océano Pacífico dos ejemplares de un animal marino que no se había vuelto a ver desde que fue descubierto hace más de un siglo, en 1900. Se trata de una especie de larváceo gigante, un animal marino bastante desconocido pero muy común en todos los mares y océanos. El hallazgo pone fin a una discusión que dudaba de la existencia de la especie, puesto que desde su descubrimiento no se había estudiado ningún ejemplar que coincidiera con la descripción original. Las pruebas realizadas a los dos especímenes encontrados demuestran que se trata de Bathochordaeus charon. Tras este hallazgo, los investigadores han revisado las grabaciones que han realizado en los últimos 25 años y han encontrado más evidencias de la existencia de esta escurridiza especie.
Los larváceos o apendicularios, en general, son unos animales invertebrados marinos prácticamente transparentes y muy comunes en todos los mares y océanos, a pesar de que son bastante desconocidos. Estos animales viven entre 250 y 300 metros de profundidad y miden entre unos pocos milímetros y un centímetro. “A primera vista parecen renacuajos y tienen el cuerpo dividido en dos partes, una cabeza y una cola. Pero, a pesar de su nombre, no son larvas”, explica Rob Sherlock, investigador del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey (MBARI) y autor principal del estudio publicado en la revista Marine Biodiversity Records. Dentro del grupo de los larváceos, existe un género, el Bathochordaeus, conocido como la variante gigante de los larváceos. “Los especímenes de este género pueden llegar a medir hasta 10 centímetros de longitud”, explica Sherlock.
La especie de larváceo gigante B. charon fue descubierta durante una expedición entre 1898 y 1899 y descrita por primera vez en 1900 por Carl Chun, que le puso ese nombre en honor de Caronte, el barquero de la mitología griega que transportaba las almas de los muertos a través del río Estigia, según detalla la publicación. El científico realizó una serie de dibujos de los ejemplares que encontró junto con una detallada descripción del animal.
Sin embargo, ninguno de los ejemplares de larváceo gigante (llamado allí precisamente porque puede llegar a medir 10 centímetros) que se habían encontrado desde entonces coincidían con la descripción de Chun. En los años treinta, otro científico llamado Garstang, describió una especie distinta de larváceo gigante, la B. stygius. A lo largo del tiempo y ante la falta de ejemplares que cumpliesen con las características descritas por Chun, los científicos empezaron a dudar de la existencia de charon como especie. Algunos pensaron que podría tratarse de una mutación de B. stygius o que, simplemente, los métodos de estudio que empleó Chun podrían no ser los adecuados. “Ahora, hemos conseguido eliminar las dudas sobre esta cuestión que ha durado tantos años. B. charon es una especie legítima”, señala Sherlock.
Construyen a su alrededor casas de un metro
La peculiaridad de estos animales es que segregan una sustancia gelatinosa con la que construyen una especie de casa a su alrededor de dos capas que actúan como filtro del alimento. “La función de estas capas es permitir el paso a las partículas del tamaño adecuado y bloquear las que son demasiado grandes. Sin sus casas, los larváceos no pueden comer, porque están conectadas con la boca del animal como si fuese una sonda”, explica el investigador. Las casas de los larváceos gigantes pueden llegar a medir más de un metro de diámetro, lo que las hace visibles a grandes distancias.
Desde el punto de vista ecológico, estos animales tienen mucha importancia porque son las responsables de hasta un tercio del flujo vertical de carbono marino. “Cuando la casa se satura de plancton o de otras partículas, los larváceos se desprenden de ella y generan otra nueva en pocas horas”, explica Sherlock. Entonces, las casas abandonadas se hunden hasta el fondo del mar y transportan una gran cantidad de carbono a las profundidades. “Se convierten en verdaderos oasis de alimento para otros muchos animales marinos”, señala.
Los dos ejemplares de charon se encontraron a entre 135 y 598 metros de profundidad, el más grande midió ocho centímetros de longitud y su casa cerca de un metro de diámetro. Ambos especímenes fueron recogidos en la bahía de Monterey, en California, durante una inspección rutinaria por vehículos operados por control remoto (ROV) en 2013. Los investigadores explican que en aquel momento asumieron que se trataba de B. stygius, la especie local más común de la que se suelen encontrar miles de ejemplares sin dificultad. “Fue algunos meses más tarde, al analizarlos, cuando nos dimos cuenta de que se trataba de la especie descrita por Chun en 1900”, explica Sherlock. Las pruebas realizadas posteriormente consistieron en observar bajo microscopio las características morfológicas y los vídeos grabados en alta definición por los ROV, junto con el análisis de los datos moleculares.
Tras la sorpresa, los investigadores decidieron revisar las grabaciones realizadas por los ROV durante otras inmersiones y encontraron 12 animales que pueden tratarse de esta misma especie, pero que no recogieron porque los habían pasado por alto. “Estos animales son casi transparentes y resulta muy difícil distinguirlos incluso bajo el microscopio”, señala Sherlock. Además, se trata de animales muy delicados que se suelen dañar si se recogen con redes de arrastre y entonces se vuelven irreconocibles para analizarlos. “Nosotros tenemos la ventaja de contar con unos ROV equipados con herramientas de muestreo y conducidos por pilotos cualificados, lo que marca la diferencia a la hora de recoger estos animales vivos y en buen estado”, concluye Sherlock.
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