Dio tres ladridos secos, fuertes, con el tono propio de un sargento ante su tropa, y con la pata izquierda comenzó a golpear la pierna de su dueña. El olor a isopreno, imperceptible para la nariz humana, había puesto en alerta a la pequeña jack russell terrier. Era la señal inequívoca de que algo no iba bien.
El isopreno es una sustancia química que aparece según la glucosa sube o baja en el organismo. Y nadie, excepto Cini, había percibido ese aroma que la joven desprendía por el aliento y los poros de su piel. Sólo la jack russell blanquita. Su olfato es 60 veces más sensible que el de una persona. Y no falló. El azúcar había empezado a bajar en la sangre de Lidia. Camino a la temida hipoglucemia. Pero ahí estaba Cini, con su prodigiosa nariz, para avisarla a tiempo del peligro.
-A ella he confiado mi vida -admite con satisfacción la estudiante de Magisterio, diabética, de la que nunca se separa. El aviso de su particular enfermera evita que el azúcar de Lidia siga bajando.
Con tres años cumplidos, Cini es una de las 56 estrellas del innovador centro de terapia Canem de Zaragoza, convertida en la primera, y única, escuela de enfermeros… perros… Aquí se especializan los asistentes sanitarios caninos que luego se ocuparán día y noche de epilépticos, alérgicos, sordos, diabéticos o incapacitados físicos. «Las hembras ganan a los machos, tienen una capacidad de concentración mucho mayor y, al despistarse menos, aprenden mucho más rápido», tercia el director del centro y padre de la idea, el maño Francisco Martín.
La opción de elegir raza no existe. Tampoco vale un perro cualquiera. Los alumnos son seleccionados por el carácter, inteligencia y la fuerza. Y en esto el labrador, el jack russell y el boyero de Berna parecen imbatibles. Cada uno con unas virtudes que lo hace único. El talante sumamente tranquilo del boyero y su corpulencia (llega a pesar 50 kilos) lo convierten en el enfermero ideal para niños y adolescentes con autismo. Al labrador, inteligente, le adjudican el cuidado de personas con movilidad reducida o sordera. Mientras el jack russell, más inquieto, duro y longevo (puede llegar a los 17 años), se ocupa de alertar a quienes sufren por la glucosa y a epilépticos.
8.500 pruebas
En esta escuela sólo los mejores enfermeros perros llegan a licenciarse. La criba es dura. Tras aprobar un exhaustivo entrenamiento de cuatro meses, cada ejemplar deberá sumar 8.500 repeticiones correctas o clickers. «Salen muy socializados», precisa la encargada del adiestramiento, Susana Martínez. «Saben perfectamente lo que tienen que hacer cuando se van con una familia». Como anticiparse a lo peor. Pasan 20 ó 30 minutos antes de que una bajada o subida de azúcar ponga en riesgo al enfermo, o de que un epiléptico padezca un ataque. Entonces, el asistente de cuatro patas da la alerta. De recompensa recibe unos granitos de su pienso o una golosina.

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